“Como hijos del Padre Celestial y
hermanos de Jesucristo en el espíritu Santo, los hermanos siguiendo la forma evangélica
revelada por el Señor a san Francisco, viven fraterna en común y se aman
y cuidan recíprocamente con mayor diligencia que una madre ama y cuida a
su hijo carnal”.
La Fraternidad no es una novedad propia del
Franciscanismo, sino una característica
de la vivencia cristiana, sin embargo, la fraternidad en el ideal de san
Francisco adquiere un matiz prioritario que permite que, desde la familiaridad entre los hermanos, brote
un clima propicio en el cual se
manifieste que el Reino de Dios puede hacerse presente mediante la justicia y
la misericordia, que deben estar en lo más íntimo de la vida fraterna. Efectivamente,
Francisco rompe los esquemas de la vida religiosa de su época, pues cambia el
concepto de comunidad por el de
fraternidad, en la cual ya no hay estratificaciones entre los religiosos,
sino que todos –como menores- conforman una sola familia en la cual Dios es el
único Padre.
Para vivir la fraternidad se tiene que tener
en cuenta lo siguiente:
1) Reconocer a Dios como Padre.
2) La vida fraterna en común y la fraternidad
con la creación.
Reconocer
a Dios como Padre
La experiencia fraterna en Francisco parte de
una profunda convicción: Dios es nuestro Padre, nuestro creador. La paternidad
de Dios permite ver que todos somos hermanos por el mensaje de Jesús.
La misión de Jesús de Nazaret consistió en
dejar un germen para que el reino de Dios comience a dar frutos, pero esto es
posible – para los creyentes- gracias a la espiritualidad que nos hace hijos en
el Hijo y, por tanto hermanos.
Cuando Francisco se acerca a este Padre, es
cuando logra desligarse de sus apegos y darse cuenta de la misericordia que
derrama a todos sus hijos por Aquel que murió en la Cruz. “Desde hoy diré con
libertad: Padre nuestro que estás en los cielos, y no padre
Pedro Bernardone, a quien no sólo devuelvo
este dinero, sino que dejo también todos los vestidos. Y me iré desnudo al
Señor”
La Vida
Fraterna en común
“la vida fraterna, entendida como vida
compartida en el amor, es un signo elocuente de la comunidad eclesial” (Juan Pablo II.
Exhortación apostólica “La vida consagrada”. 1996. n . 42).
Muchos son los dones que podemos recibir de
Dios para enriquecer la fraternidad, pero es desde los valores humanos que las
relaciones entre los hermanos se van optimizando: el diálogo, confianza,
corresponsabilidad, respeto, alegría, simplicidad, el servicio, entre otros,
son los valores que estarán generando una base que ayuda a la vivencia del Evangelio,
la cual hace posible el mandato del Señor: “amaos los unos a los otros”.
Desconocer, pues, nuestra realidad humana
para vivir este proyecto constituiría un terrible error que impediría que sea
la persona en su totalidad la que llegue a la felicidad.
“(…) Es precisamente el Espíritu Santo quien
introduce el alma en la comunión con el Padre con su Hijo Jesucristo, comunión
en la que está la fuente de la vida fraterna” (Juan Pablo II. Exhortación
apostólica “La vida consagrada”. 1996. n. 43). Fraternidad en la Creación
“Altísimo, omnipotente, Buen Señor, tuyas son
las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo,
corresponden y ningún hombre es digno de hacer de ti mención. Loado seas, mi
Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano Sol, el cual es día y por el cual nos
alumbras…” (Cant 1-3)