Francisco nació en Asís, ciudad de
Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante. El nombre
de su madre era Pica y algunos autores afirman que pertenecía a una noble
familia de la Provenza. Tanto el padre como la
madre de Francisco eran personas
acomodadas. Pedro Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se
hallase en dicho país cuando nació su hijo, las gentes le apodaron
"Francesco" (el francés), por más que en el bautismo recibió el
nombre de Juan. En su juventud, Francisco era muy dado a las románticas
tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Disponía de dinero en
abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su
padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas
que comúnmente se les llama "gozar de la vida". Sin embargo, no era
de costumbres licenciosas y acostumbraba a ser muy generoso con los pobres que
le pedían por amor de Dios. Clara Favarone, de noble familia asisiense, oyó
desde su primera juventud la voz de Dios que la llamaba por medio de la palabra
desbordante de amor y celo de las almas de su joven conciudadano S. Francisco
de Asís. Con intuición femenina, afinada por la gracia y la fragante inocencia
de su alma, adivinó los quilates del espíritu de aquel predicador,
incomprendido si es que no despreciado por sus paisanos, que había abandonado
los senderos de la gloria humana y buscaba la divina con todos los bríos de su
corazón generoso. Y se puso bajo su dirección. Los coloquios con el maestro
florecieron en una decisión que pasma por la seguridad y firmeza con que la
llevó a la realidad. Renunciando a los ventajosos partidos matrimoniales que le
salían al paso y al brillante porvenir que el mundo le brindaba, huyó de la casa
paterna en la noche del Domingo de Ramos de 1211.
Ante el altar de la iglesita de Santa
María de los Ángeles, cuna de la Orden franciscana, Clara ofrendó a Dios la
belleza de sus dieciocho años, rodeada de San Francisco y sus primeros
compañeros. Se vistió de ruda túnica, abrazóse a dama Pobreza, de la que a
imitación de su padre y maestro haría su amiga inseparable, y se dedicó a la
penitencia y al sacrificio. Su tesón santo llegó a triunfar de los escrúpulos
de la curia y del Papa, que finalmente confirmó dos días antes de que la Santa
muriera, la regla para su Orden, en que se profesa la altísima pobreza que ella
había aprendido del padre San Francisco.
El bello gesto de Clara a los dieciocho
años repicó en el pecho de la juventud femenina de Asís con sones de alborada
invitadora a seguir las huellas de Jesucristo pobre. Primero su hermana Santa
Inés, cuya entrada en religión a los pocos días de la salida de Clara provocó
en la familia Favarone una tempestad más fiera aún, calmada milagrosamente,
luego una multitud de doncellas de la nobleza y del pueblo, más adelante
Beatriz, su hermana mayor, e incluso su propia madre, la noble matrona
Ortolana, buscaron raudales de pureza, de luz y sacrificio en el convento de
San Damián bajo la obediencia y maternal dirección de Clara, que aceptó el
cargo de
abadesa obedeciendo al mandato de San
Francisco.
Reflexión:
Reconstruir a la familia mediante
reuniones y diálogo dirigido:
¿Cómo se siente cada uno con su
familia?
¿Qué espera cada uno de su familia?
¿En qué falla cada uno en tu familia?
¿Qué puedo aportar yo a favor de mi
familia?
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