jueves, 31 de mayo de 2018

FRATERNIDAD Y EL SEÑOR ME DIO HERMANOS…



“Como hijos del Padre Celestial y hermanos de Jesucristo en el espíritu Santo, los  hermanos siguiendo la forma evangélica revelada por el Señor a san Francisco, viven fraterna en común y se aman y cuidan recíprocamente con mayor diligencia que una madre ama y cuida a su hijo carnal”.

La Fraternidad no es una novedad propia del Franciscanismo, sino una característica de la vivencia cristiana, sin embargo, la fraternidad en el ideal de san Francisco adquiere un matiz prioritario que permite que, desde la familiaridad entre los hermanos, brote un clima propicio en el cual se manifieste que el Reino de Dios puede hacerse presente mediante la justicia y la misericordia, que deben estar en lo más íntimo de la vida fraterna. Efectivamente, Francisco rompe los esquemas de la vida religiosa de su época, pues cambia el concepto de comunidad por el de fraternidad, en la cual ya no hay estratificaciones entre los religiosos, sino que todos –como menores- conforman una sola familia en la cual Dios es el único Padre.

Para vivir la fraternidad se tiene que tener en cuenta lo siguiente:
1) Reconocer a Dios como Padre.
2) La vida fraterna en común y la fraternidad con la creación.

Reconocer a Dios como Padre
La experiencia fraterna en Francisco parte de una profunda convicción: Dios es nuestro Padre, nuestro creador. La paternidad de Dios permite ver que todos somos hermanos por el mensaje de Jesús.
La misión de Jesús de Nazaret consistió en dejar un germen para que el reino de Dios comience a dar frutos, pero esto es posible – para los creyentes- gracias a la espiritualidad que nos hace hijos en el Hijo y, por tanto hermanos.
Cuando Francisco se acerca a este Padre, es cuando logra desligarse de sus apegos y darse cuenta de la misericordia que derrama a todos sus hijos por Aquel que murió en la Cruz. “Desde hoy diré con libertad: Padre nuestro que estás en los cielos, y no padre
Pedro Bernardone, a quien no sólo devuelvo este dinero, sino que dejo también todos los vestidos. Y me iré desnudo al Señor”

La Vida Fraterna en común
“la vida fraterna, entendida como vida compartida en el amor, es un signo elocuente de  la comunidad eclesial” (Juan Pablo II. Exhortación apostólica “La vida consagrada”.  1996. n . 42).
Muchos son los dones que podemos recibir de Dios para enriquecer la fraternidad, pero es desde los valores humanos que las relaciones entre los hermanos se van optimizando: el diálogo, confianza, corresponsabilidad, respeto, alegría, simplicidad, el servicio, entre otros, son los valores que estarán generando una base que ayuda a la vivencia del Evangelio, la cual hace posible el mandato del Señor: “amaos los unos a los otros”.
Desconocer, pues, nuestra realidad humana para vivir este proyecto constituiría un terrible error que impediría que sea la persona en su totalidad la que llegue a la felicidad.
“(…) Es precisamente el Espíritu Santo quien introduce el alma en la comunión con el Padre con su Hijo Jesucristo, comunión en la que está la fuente de la vida fraterna” (Juan Pablo II. Exhortación apostólica “La vida consagrada”. 1996. n. 43). Fraternidad en la Creación
“Altísimo, omnipotente, Buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden y ningún hombre es digno de hacer de ti mención. Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano  Sol, el cual es día y por el cual nos alumbras…” (Cant 1-3)

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