Francisco
escribió, tanto en la primera como segunda regla, lo siguiente:
«Cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y
otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y los hermanos
que van pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que
no promuevan disputas ni controversias, sino que se sometan a toda criatura por
Dios, y confiesen que son cristianos. Otro, que,
cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que
crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, y en el Hijo,
redentor y salvador, y para que se bauticen y se hagan cristianos, porque, a
menos que uno no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino
de Dios (Jn. 3,5). Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que
se dieron y abandonaron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben
exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles, porque dice el Señor:
Quien pierda su vida por mi causa, la salvará para la vida eterna (Lc. 9,24)»
(1 R
16).
Por
ello, aquel alto y neto ideal, Francisco, en 1220, envía a 5 de sus discípulos
a predicar a Marruecos. Ellos eran Bernardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón.
Partieron de Italia y cruzaron España y Portugal. En la Sevilla musulmana
fueron recibidos por una familia cristiana, evitando salir a las calles, a
insistencia de la familia pero su misión se los impedía, y al poco tiempo de
salir a predicar y, en grupo, se dirigieron a la misma puerta del palacio del califa,
decididos a entrar. Les corta el paso un príncipe musulmán, hijo del rey y les
pregunta:
¿De
dónde venís? Venimos de Roma, dijeron ellos
Y ¿qué buscáis aquí? ¿Para qué habéis venido?
Queremos hablar con el sultán de cosas que le
interesan a él y a todo su reino. ¿Traéis cartas o alguna garantía de
vuestra legación? Nuestra embajada no la traemos
por escrito, sino en nuestra mente y en nuestras palabras. Decidme
a mí vuestro asunto, y yo lo transmitiré fielmente al rey. No, primero debemos hablar con el rey nosotros. Tú
te enterarás de nuestro negocio después. El príncipe
moro entra donde el sultán y le cuenta al detalle su diálogo con aquellos
extraños cristianos.
Y el sultán decide que pasen. Y
se repite el interrogatorio: ¿De
dónde sois? ¿Quién os ha enviado? ¿A qué habéis venido? Somos cristianos y venimos desde Roma. Pero quien
nos envía es el Rey de reyes, nuestro Dios y Señor, y para la salvación de tu
alma: abandona la falsa secta del infame Mahoma, y cree en el Señor Jesucristo
y recibe su bautismo, sin el cual no te podrás salvar.
Y
se exaspera, y, en su furia, grita: ¡Hombres malvados y perversos!, ¿me decís
eso a mí solo, o para todo mi pueblo? Armándose de valor, los hermanos
franciscanos responden con rostro alegre:
Oh rey: sabes que, así como tú eres la cabeza del
falso culto y de la inicua ley de ese falaz Mahoma, por eso mismo eres peor que
los otros, y en el infierno te espera una pena mayor. El
sultán, lleno hasta rebosar de ira, ordena que sean decapitados y los sacan de
su presencia. El príncipe
se les acerca y les sugiere que desmientan lo que había dicho de la ley
musulmana y contra
la fe en Dios (Alá). Les pide que se hagan sarracenos y seguirán con vida. ¡Desgraciado tú! -contestan
ellos-. Si conocieras cuántos y qué
bienes nos esperan en la vida eterna por morir así, ni se te ocurriría
ofrecernos esos bienes pasajeros.
Y el príncipe moro se compadece de esa rara locura, y vuelve
donde el rey su padre, buscando calmar
su indignación: Padre,
¿cómo has tomado esa decisión? ¿Cómo los mandas matar sin más? Ten en cuenta las leyes: consulta a los más
ancianos, y luego haz lo que sea justo según su consejo. El rey reúne al Consejo de Ancianos y
los franciscanos aprovechan para anunciar con firmeza su fe y el rey ordena el exilio a
Marruecos. Al
llegar a Marruecos, siguen evangelizando y son llevados donde el rey de
Marruecos. Y vuelve
a darse el interrogatorio:
¿De
dónde sois? Somos cristianos, y venimos de
Roma. ¿Por qué han osado entrar aquí sin
licencia, cuando saben que estamos en guerra declarada con los cristianos?
El
hermano Otón le responde:
Hemos venido aquí con el permiso de nuestro hermano
mayor, Francisco. También él está como nosotros, por otras partes de la tierra,
buscando el bien de los hombres. Y venimos para predicaros el camino de la
verdad: aunque sean nuestros enemigos, los amamos de corazón, por Dios. ¿Y
cuál es el camino de la verdad? Este es: que crean en un solo
Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en que el Hijo se hizo hombre, y
al fin fue crucificado por la salvación de todos. Y quienes no creen esto, sin
remedio serán atormentados en el fuego eterno. El
príncipe Abosaide sonrié y pregunta de dónde lo sabe él, a lo que el hermano
Otón responde: Lo sé por el testimonio de
Abrahán, de Isaac y de Jacob, y de todos los patriarcas y profetas, y de
nuestro mismo Señor Jesucristo: Él es el Camino, y el que va fuera de él va
errado; él es la Verdad, y sin él todo es engaño; él es la Vida, y sin él se
tiene la muerte sin fin. Y de ahí que vuestro Mahoma os lleva falsamente y por
camino equivocado a la muerte eterna, donde él mismo es atormentado
perpetuamente con todos los que le siguen. Abosaide
pierde los estribos y grita: ¡Evidente!
Ustedes están poseídos por el espíritu diabólico, que los hace hablar así. En un arranque de furor e ira, manda a
que los lleven a casas distintas y que los azoten, bien azotados. Luego de los azotes les
echaron aceite y vinagre sobre sus heridas, entre otros castigos, durando casi toda la noche
aquel sadismo. Algunos
espectadores, entre compasivos y ofendidos, les dicen: ¡Desgraciados! ¿Por qué aguantan tantos
tormentos por una mentira? Conviértanse a
nuestra ley a nuestra fe y vivirán. Pero los hermanos, valientemente,
alaban al Señor en voz alta y animan unos a otros a sufrir con paciencia hasta el fin, hasta la
muerte. El
rey marroquí pide que los traiga y les insiste que rechacen su fe cristiana y
aceptan la ley sarracena,
que serían puesto en libertad de forma inmediata y que serían grandes entre los musulmanes. El hermano Otón, entre cansancio y
dolor, le explica que no insista pues los tormentos leves y pasajeros los encaminan de prisa a la
gloria eterna. Terminó así de elevar la rabia del rey y éste, con sus propias manos, les da fin a sus
sufrimientos. Esto ocurrió el 16 de enero de 1220. Desde aquel momento, los cristianos de
Marruecos los apreciaron como auténticos mártires y empezaron a honrarlos como tales,
arriesgando así sus propias vidas. La fama del martirio de estos hermanos llegó hasta Portugal. En
Aragón, el hermano Vidal, cuando se enteró de su martirio, se gozó y se dolió
doblemente: por la pérdida de los hermanos y el dolor de no padecer por Cristo.
Para responder:
- ¿En cuál de las Reglas San Francisco alienta a sus seguidores convertir a los sarracenos y a otros
infieles?
- ¿Quiénes fueron los mártires enviados
por San Francisco a convertir a los sarracenos?
- ¿De qué manera torturaban a los franciscanos?
- ¿Que hicieron los franciscanos al
llegar a Marruecos?
- ¿Por qué el Rey de Sevilla musulmana
se enfurece con los franciscanos?
- ¿Qué les ofrecen el rey marroquí a los franciscanos
para convertirse en musulmanes?
- Explica brevemente en qué
consistió el martirio de los 5 hermanos franciscanos.
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