En tiempo de san Francisco la celebración eucarística está
expuesta a numerosos abusos y prácticas supersticiosas. Había sacerdotes que
celebraban diariamente varias misas, no por devoción, sino por avaricia o por
complacer a personajes importantes. Los cristianos devotos se quejaban de la
venalidad y del número de las misas. Los había que consagraban en cada una de
las varias misas que celebraban, pero comulgaban en una sola para salvar así la
prohibición de la Iglesia.
Todo esto ayuda a comprender por qué los fieles participaban cada
vez menos en la celebración de la Eucaristía. La entrega de las ofrendas fue
decayendo. Se contentaban con la simple asistencia a la misa, sin participar en
la comunión. No fue meramente casual que el Concilio Lateranense IV (1215)
mandase con rigor a los fieles recibir la comunión por lo menos una vez al año. Con el tiempo, muchos llegaron a
sentirse satisfechos con contemplar la hostia en el momento de la consagración;
y para ello iban pasando de una iglesia a otra; se atribuía una eficacia
supersticiosa a esta «mirada al cuerpo de Cristo», llegando a considerarla
incluso más importante que la misma comunión.
San Francisco trató de enmendar con su piedad personal las falsas
doctrinas y los abusos de su tiempo; introduciendo en la piedad Eucarística
toda la riqueza de debida.
Estando próximo a la muerte, «como los hermanos lloraban muy
amargamente y se lamentaban inconsolables, ordenó el Padre Santo que le
trajeran un pan. Lo bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno». Mandó leer el evangelio según san
Juan, comenzando desde el punto que dice: «En la vigilia de la Fiesta de Pascua,
sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn
13,1).
Celano narra muy cuidadosamente lo sucedido: « Se acordaba de
aquella sacratísima cena, aquella última que el Señor celebró con sus
discípulos. Todo esto lo hizo, en efecto, en memoria veneranda de aquélla y
para poner de manifiesto el afecto de amor que profesaba a los hermanos» (2 Cel
217). No intentaba ciertamente celebrar la eucaristía en sentido sacramental;
basta pensar en lo que afirma en el Testamento, redactado en este tiempo: el
poder de consagrar pertenece a los sacerdotes y a ellos solos (Test 10). Las
apariencias externas no permiten admitir ninguna influencia de los cátaros, que
celebraban casi a diario el rito de la fracción del pan, sin pensar nunca en la
presencia del cuerpo de Cristo; además pronunciaban sobre el pan la frase
última del Nuevo Testamento (Ap 22,21). Francisco se distanció de ellos
decididamente durante su vida, y escribió entonces su Testamento precisamente
para proteger a los hermanos de la influencia cátara.
San Francisco «tuvo siempre afición a la representación. Acciones
simbólicas se encuentran de continuo en su vida. Hasta su muerte le caracterizó
una inclinación al mimo: hace de mendigo; hace de peregrino; representa la
Navidad; representa la Cena. Sí, toda su vida es para él como una representación
en el sentido más elevado de la palabra: el seguimiento de Cristo se transforma
en él por entero en imitación de Cristo, en asistir a la vida del Redentor
hasta su muerte en el Gólgota y reproducirla» (H. Boehmer).
Santa Clara tomó en serio estas enseñanzas de
Francisco, aunque ella personalmente viviese en la más estricta pobreza, lo
demuestra uno de los relatos más conocidos de la misma Leyenda en el que se
habla de «la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda
con suma devoción al Santo de los Santos» La Santa Eucaristía. Al igual que
Francisco, Santa Clara está convencida que la Eucaristía es la revelación permanente del amor de
Cristo, que se ofreció por nosotros en la obra de la salvación.
De esta
actitud de fe deriva espontáneamente en el santo una adoración llena de respeto
al sacramento: «Ardía en fervor, que le penetraba hasta la médula, para con el
sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y
su condescendiente caridad» (2 Cel 201; cf. LM 9,2; EP 65; LP 108).
Un himno del
santo confirma este testimonio de Celano: «¡Oh celsitud admirable y
condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad, que el
Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de
esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!». En el
mismo tono exhorta a los sacerdotes: «Así también vosotros, por encima de
todos, amadle, reverenciadle y honradle» (CtaO 27 y 24; cf. 1CtaCus 2).
Y los
predicadores deben fomentar en los fieles esta veneración: «Que, cuando el
sacerdote ofrece el sacrificio sobre el altar y lo traslada a otro sitio,
todos, arrodillándose, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y
verdadero. Y acerca de la alabanza de Dios, anunciad y predicad a todas las
gentes que el pueblo
1. Según el Concilio Lateranense IV en 1215 ¿Qué cosa se decidió con respecto a
la Eucaristía? mandase con rigor a los fieles recibir la comunión por lo menos
una vez al año
2. Que sucedía con la Eucaristía en tiempos de san
Francisco?
3. Próximo a
su muerte ¿qué es lo que recordaba San Francisco?
4. ¿Que
pensaba Santa Clara con respecto a la Eucaristía?
5. ¿Qué dice
Francisco respecto a la veneración a la Eucaristía?
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