lunes, 26 de mayo de 2014

3° ESM “Francisco y Clara amor por la Eucaristía”

En tiempo de san Francisco la celebración eucarística está expuesta a numerosos abusos y prácticas supersticiosas. Había sacerdotes que celebraban diariamente varias misas, no por devoción, sino por avaricia o por complacer a personajes importantes. Los cristianos devotos se quejaban de la venalidad y del número de las misas. Los había que consagraban en cada una de las varias misas que celebraban, pero comulgaban en una sola para salvar así la prohibición de la Iglesia.
Todo esto ayuda a comprender por qué los fieles participaban cada vez menos en la celebración de la Eucaristía. La entrega de las ofrendas fue decayendo. Se contentaban con la simple asistencia a la misa, sin participar en la comunión. No fue meramente casual que el Concilio Lateranense IV (1215) mandase con rigor a los fieles recibir la comunión por lo menos una vez al año.  Con el tiempo, muchos llegaron a sentirse satisfechos con contemplar la hostia en el momento de la consagración; y para ello iban pasando de una iglesia a otra; se atribuía una eficacia supersticiosa a esta «mirada al cuerpo de Cristo», llegando a considerarla incluso más importante que la misma comunión.
San Francisco trató de enmendar con su piedad personal las falsas doctrinas y los abusos de su tiempo; introduciendo en la piedad Eucarística toda la riqueza de debida.
Estando próximo a la muerte, «como los hermanos lloraban muy amargamente y se lamentaban inconsolables, ordenó el Padre Santo que le trajeran un pan. Lo bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno».  Mandó leer el evangelio según san Juan, comenzando desde el punto que dice: «En la vigilia de la Fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
Celano narra muy cuidadosamente lo sucedido: « Se acordaba de aquella sacratísima cena, aquella última que el Señor celebró con sus discípulos. Todo esto lo hizo, en efecto, en memoria veneranda de aquélla y para poner de manifiesto el afecto de amor que profesaba a los hermanos» (2 Cel 217). No intentaba ciertamente celebrar la eucaristía en sentido sacramental; basta pensar en lo que afirma en el Testamento, redactado en este tiempo: el poder de consagrar pertenece a los sacerdotes y a ellos solos (Test 10). Las apariencias externas no permiten admitir ninguna influencia de los cátaros, que celebraban casi a diario el rito de la fracción del pan, sin pensar nunca en la presencia del cuerpo de Cristo; además pronunciaban sobre el pan la frase última del Nuevo Testamento (Ap 22,21). Francisco se distanció de ellos decididamente durante su vida, y escribió entonces su Testamento precisamente para proteger a los hermanos de la influencia cátara.
San Francisco «tuvo siempre afición a la representación. Acciones simbólicas se encuentran de continuo en su vida. Hasta su muerte le caracterizó una inclinación al mimo: hace de mendigo; hace de peregrino; representa la Navidad; representa la Cena. Sí, toda su vida es para él como una representación en el sentido más elevado de la palabra: el seguimiento de Cristo se transforma en él por entero en imitación de Cristo, en asistir a la vida del Redentor hasta su muerte en el Gólgota y reproducirla» (H. Boehmer).
 Santa Clara tomó en serio estas enseñanzas de Francisco, aunque ella personalmente viviese en la más estricta pobreza, lo demuestra uno de los relatos más conocidos de la misma Leyenda en el que se habla de «la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción al Santo de los Santos» La Santa Eucaristía. Al igual que Francisco, Santa Clara está convencida que la Eucaristía  es la revelación permanente del amor de Cristo, que se ofreció por nosotros en la obra de la salvación.

De esta actitud de fe deriva espontáneamente en el santo una adoración llena de respeto al sacramento: «Ardía en fervor, que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad» (2 Cel 201; cf. LM 9,2; EP 65; LP 108).
Un himno del santo confirma este testimonio de Celano: «¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!». En el mismo tono exhorta a los sacerdotes: «Así también vosotros, por encima de todos, amadle, reverenciadle y honradle» (CtaO 27 y 24; cf. 1CtaCus 2).

Y los predicadores deben fomentar en los fieles esta veneración: «Que, cuando el sacerdote ofrece el sacrificio sobre el altar y lo traslada a otro sitio, todos, arrodillándose, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. Y acerca de la alabanza de Dios, anunciad y predicad a todas las gentes que el pueblo

1. Según el Concilio Lateranense IV  en 1215 ¿Qué cosa se decidió con respecto a la Eucaristía? mandase con rigor a los fieles recibir la comunión por lo menos una vez al año
2.  Que sucedía con la Eucaristía en tiempos de san Francisco?
3.  Próximo a su muerte ¿qué es lo que recordaba San Francisco?
4.  ¿Que pensaba Santa Clara con respecto a la Eucaristía?
5.  ¿Qué dice Francisco respecto a la veneración a la Eucaristía? 

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