Cómo, cambiado el vestido, repara la
iglesia de Santa María de la Porciúncula, y, oído el evangelio, deja todas las
cosas y se confecciona el hábito para sí y sus hermanos Entre tanto, el santo de Dios, cambiado su vestido exterior y
restaurada la iglesia ya mencionada, marchó a otro lugar próximo a la ciudad de Asís; allí puso mano a la
reedificación de otra iglesia muy deteriorada y semiderruida; de esta forma continuó en el empeño de sus
principios hasta que dio alma a todo. De allí pasó a
otro lugar llamado Porciúncula, donde existía una iglesia dedicada a la
bienaventurada Virgen Madre
de Dios, construida en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin que nadie se
cuidara de ella. Al
contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a compasión, porque le
hervía el corazón en
devoción hacia la madre de toda bondad, decidió quedarse allí mismo. Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se
encontraba ya en el tercer año de su conversión. En este período de su vida vestía un hábito como de
ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados. Pero cierto día se leía en esta iglesia el
evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí el santo de
Dios, no comprendió perfectamente las palabras
evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente
al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo
ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni
llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el
reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón
anhelo poner en práctica". Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a
cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir
con devoción lo que ha oído. Al punto
desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una
túnica, se pone una
cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma
de cruz para expulsar
todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para crucificar la
carne con sus vicios y
pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo demás que había escuchado
se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo
del Evangelio sino que, confiando a su feliz
memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la
letra sin tardanza.
1. ¿Qué mensaje comprendió San Francisco del evangelio que escuchó en
la iglesia?
2. ¿Qué exclamó San Francisco al comprender el evangelio?
3. ¿Qué dejó en el suelo San Francisco después de escuchar el
evangelio?
4. ¿Qué características tenía el hábito que se elaboró San Francisco?
5.
Ilustra el hábito Franciscano.
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