Ya cambiado perfectamente en su corazón, a
punto de cambiar también en su cuerpo, anda un día cerca de la iglesia de San
Damián, que estaba casi derruida y abandonada de todos Entra en ella, guiándole
el Espíritu, a orar, se postra suplicante y devoto ante el crucifijo, y,
visitado con toques no acostumbrados en el alma, se reconoce luego distinto de
cuando había entrado. Y en este trance, la imagen de Cristo crucificado - cosa
nunca oída -, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco.
Llamándolo por su nombre: "Francisco - le dice -, vete, repara mi casa,
que, como ves, se viene del todo al suelo". Presa de temblor, Francisco se
pasma y como que pierde el sentido por lo que ha oído. Se apronta a obedecer,
se reconcentra todo él en la orden recibida. Pelo... nos es mejor callar, pues
experimentó tan inefable cambio, que ni él mismo ha acertado a describirlo.
Desde entonces se le clava en el alma santa la compasión por el Crucificado, y,
como puede creerse piadosamente, se le imprimen profundamente en corazón, bien
que no todavía en la carne, las venerandas llagas de la pasión. ¡Cosa admirable
e inaudita en nuestros tiempos! ¿Cómo no asombrarse ante esto? ¿Quién ha pensado
algo semejante? ¿Quién duda de que Francisco, al volver a la ciudad, apareciera
crucificado, si aun antes de haber abandonado del todo el mundo en lo exterior,
Cristo le habla desde el leño de la cruz con milagro nuevo, nunca oído? Desde
aquella hora desfalleció su alma al oír hablar del amado. Poco más tarde, el
amor del corazón se puso de manifiesto en las llagas del cuerpo. Por eso, no
puede contener en adelante el llanto; gime lastimeramente la pasión de Cristo,
llena de lamentos los caminos, no admite consuelo. Se encuentra con un amigo
íntimo, que, al conocer la causa del dolor de Francisco, luego rompe a llorar
también él amargamente. Pero no descuida por olvido la santa imagen misma, ni
deja, negligente, de cumplir el mandato recibido de ella. Da, desde luego, a
cierto sacerdote una suma de dinero con que comprar lámpara y aceite para que
ni por instante falte a la imagen sagrada el honor merecido de la luz. Después,
ni corto ni perezoso, se apresura en poner en práctica lo demás, trabajando
incansablemente en reparar la iglesia que había adquirido Cristo con su sangre,
Francisco, que de pasar poco a poco de la carne al espíritu, no quiso verse de
golpe encumbrado.
Sumo, glorioso
Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, y dame fe recta, esperanza cierta y
caridad perfecta, humildad profunda, sentido y conocimiento, Señor, para
cumplir tu santo y veraz mandamiento.
1. La presencia de Francisco en
San Damián, responde a una exigencia dentro de su proceso vocacional:
- ¿Cuál
era la gran preocupación de Francisco cuando llega a San Damián
- ¿Cuándo
Francisco Recitó la Oración al Crucifijo de san Damián?
- A qué
tiempo se remota la Oración al Crucifijo de san Damián?
- ¿Has
sentido tú también dicha exigencia?
- ¿Cómo
se ha manifestado?
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