EL RADICALISMO DEL
SEGUIMIENTO DE CRISTO
Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,
6) que conduce a los creyentes hacia la comunión con la vida de Dios Padre.
Ayer como hoy, Jesús llama a todos sus discípulos en su seguimiento. El camino
del seguimiento o discipulado cristiano es la realización de la verdad acerca
de Dios y del hombre en la existencia del creyente, que Jesús mismo nos ha
revelado. A través del seguimiento de Jesús el cristiano se va configurando
según su estilo de vida, forma de pensar y sentir, según los caminos
evangélicos, y según la peculiar forma de amar que constituye el centro del
Evangelio de Jesús (cf. CCE 519-521).
Transmitir
la fe supone ser verdaderos discípulos de Cristo, que le conocen y le siguen de
corazón. La fe en Cristo es un don que el cristiano recibe de Dios y que
realiza en su vida cuando plasma en ella el Evangelio de Jesús. No se puede
transmitir la fe si no se experimenta en la propia existencia que es “una fuerza
de salvación para todo el que cree” (Rm 1, 16). Por eso la eficacia en la
transmisión de la fe depende del convencimiento y de la firmeza en el
seguimiento de Jesús. Las familias son eficaces transmisoras de la fe en la
medida en que como tales siguen a Cristo. Las familias que se empeñan con
humildad en responder a las llamadas que Jesús les hace para que le sigan son
las que infunden en sus miembros profundas convicciones evangélicas, actitudes
y criterios, así como hábitos y un estilo de vida que es reflejo del amor de
Cristo por todos los hombres. En ellas los hijos son atraídos paulatinamente a
la fe Explícita en Cristo. La familia vive, también, el seguimiento de Cristo
cuando vive como una comunión de personas en el amor de Cristo según el estilo
de las Bienaventuranzas: la familia será icono de Cristo en la medida en
que asimile los valores evangélicos y los plasme en las actitudes y en los
hechos de su vida cotidiana. “El hogar es así la primera escuela de vida
cristiana y „escuela del más rico humanismo‟ (GS 52, 1). «Te
seguiré, Señor; pero déjame despedirme de los míos... Jesús le contestó: Todo
el que pone la mano en el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de
Dios» (/Lc/09/61). : En términos
cristianos, Jesús fue un radical. Replanteó la conversión a Dios, el cambio de
vida y las actitudes éticas y religiosas desde su raíz, estableciendo su
Evangelio como el único absoluto. Así fue percibido por la clase gobernante y
sacerdotal y también por sus discípulos. Para muchos de sus parientes esto era
un síntoma de locura (Mc 3,21). Su radicalismo le costó la vida. Jesús fue
radical en sus exigencias. Para El, el cristiano debe ser sal, y si la sal
pierde su capacidad de dar sabor a otros, ya no sirve para nada (Mt 5,13). El
compromiso cristiano debe ser como una luz capaz de iluminar el mundo (Mt 5,17-
«Esto es lo que yo quiero,
esto es lo que yo busco…”
El
24 de febrero de 1209, estando Francisco participando de la misa en la
Porciúncula, oyó leer el pasaje del Evangelio en que Jesús envió a sus
Apóstoles a predicar. Después hizo que el sacerdote le expusiera más
minuciosamente ese Evangelio. El sacerdote se lo explicó punto por punto; y
cuando Francisco oyó que a un discípulo de Cristo no le es lícito poseer oro ni
plata ni cobre, ni llevar bolsa ni alforja ni báculo para el camino, ni tener
zapatos ni dos vestidos, sino que debe predicar el reino de Dios y la
penitencia, se alegró grandemente en espíritu y exclamó: «Esto es lo que yo
quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón
anhelo poner en práctica». Al punto se quitó los zapatos, lanzó el bastón que
llevaba en su mano, tomó una cuerda en vez del cinturón de cuero y se hizo un
vestido de tela burda, grabando sobre él la señal de la cruz. También se esforzó
en cumplir con el mayor esmero y con el más profundo respeto todo lo demás que
había oído en aquella misa, «pues -añade su biógrafo- nunca fue oyente sordo
del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba
cumplirlo a la letra sin tardanza» (1 Cel 22; cf. TC 25; LM 3,3-4). Pocas
semanas después se le juntaron los primeros compañeros, Fray Bernardo de
Quintavalle y Fray Pedro Cattani. Para convencerse de que también ellos, y con
ellos toda la sociedad que fuera formándose, debían abrazar la profesión de
vida evangélica, mandó Francisco que por tres veces seguidas abrieran al
acaso el libro de los Evangelios, y las tres veces se encontraron con el
Evangelio de la misión de los Apóstoles. Vio en ello una disposición de Dios, y
vuelto a sus discípulos les dijo: «Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la
de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como
habéis escuchado». Esto sucedió el 16 de abril de 1209, fecha de la fundación
de la Orden franciscana. «Abandonadas todas las cosas -añaden los Tres
Compañeros-, se vistieron los dos el mismo hábito que hacía poco había vestido
el Santo después de dejar el hábito de ermitaño; y desde entonces vivieron
unidos según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado.
Por eso, el bienaventurado Francisco escribió en su Testamento: "El mismo
Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio"» (TC
29; cf. 1 Cel 24; 2 Cel 15).
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