domingo, 16 de marzo de 2014

Sexto Grado EPM: Francisco Escucha a Cristo por el Evangelio

EL RADICALISMO DEL SEGUIMIENTO DE CRISTO
Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) que conduce a los creyentes hacia la comunión con la vida de Dios Padre. Ayer como hoy, Jesús llama a todos sus discípulos en su seguimiento. El camino del seguimiento o discipulado cristiano es la realización de la verdad acerca de Dios y del hombre en la existencia del creyente, que Jesús mismo nos ha revelado. A través del seguimiento de Jesús el cristiano se va configurando según su estilo de vida, forma de pensar y sentir, según los caminos evangélicos, y según la peculiar forma de amar que constituye el centro del Evangelio de Jesús (cf. CCE 519-521).

Transmitir la fe supone ser verdaderos discípulos de Cristo, que le conocen y le siguen de corazón. La fe en Cristo es un don que el cristiano recibe de Dios y que realiza en su vida cuando plasma en ella el Evangelio de Jesús. No se puede transmitir la fe si no se experimenta en la propia existencia que es “una fuerza de salvación para todo el que cree” (Rm 1, 16). Por eso la eficacia en la transmisión de la fe depende del convencimiento y de la firmeza en el seguimiento de Jesús. Las familias son eficaces transmisoras de la fe en la medida en que como tales siguen a Cristo. Las familias que se empeñan con humildad en responder a las llamadas que Jesús les hace para que le sigan son las que infunden en sus miembros profundas convicciones evangélicas, actitudes y criterios, así como hábitos y un estilo de vida que es reflejo del amor de Cristo por todos los hombres. En ellas los hijos son atraídos paulatinamente a la fe Explícita en Cristo. La familia vive, también, el seguimiento de Cristo cuando vive como una comunión de personas en el amor de Cristo según el estilo de las Bienaventuranzas: la familia será icono de Cristo en la medida en que asimile los valores evangélicos y los plasme en las actitudes y en los hechos de su vida cotidiana. “El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y „escuela del más rico humanismo (GS 52, 1). «Te seguiré, Señor; pero déjame despedirme de los míos... Jesús le contestó: Todo el que pone la mano en el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios» (/Lc/09/61). : En términos cristianos, Jesús fue un radical. Replanteó la conversión a Dios, el cambio de vida y las actitudes éticas y religiosas desde su raíz, estableciendo su Evangelio como el único absoluto. Así fue percibido por la clase gobernante y sacerdotal y también por sus discípulos. Para muchos de sus parientes esto era un síntoma de locura (Mc 3,21). Su radicalismo le costó la vida. Jesús fue radical en sus exigencias. Para El, el cristiano debe ser sal, y si la sal pierde su capacidad de dar sabor a otros, ya no sirve para nada (Mt 5,13). El compromiso cristiano debe ser como una luz capaz de iluminar el mundo (Mt 5,17-
«Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco…”

El 24 de febrero de 1209, estando Francisco participando de la misa en la Porciúncula, oyó leer el pasaje del Evangelio en que Jesús envió a sus Apóstoles a predicar. Después hizo que el sacerdote le expusiera más minuciosamente ese Evangelio. El sacerdote se lo explicó punto por punto; y cuando Francisco oyó que a un discípulo de Cristo no le es lícito poseer oro ni plata ni cobre, ni llevar bolsa ni alforja ni báculo para el camino, ni tener zapatos ni dos vestidos, sino que debe predicar el reino de Dios y la penitencia, se alegró grandemente en espíritu y exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica». Al punto se quitó los zapatos, lanzó el bastón que llevaba en su mano, tomó una cuerda en vez del cinturón de cuero y se hizo un vestido de tela burda, grabando sobre él la señal de la cruz. También se esforzó en cumplir con el mayor esmero y con el más profundo respeto todo lo demás que había oído en aquella misa, «pues -añade su biógrafo- nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza» (1 Cel 22; cf. TC 25; LM 3,3-4). Pocas semanas después se le juntaron los primeros compañeros, Fray Bernardo de Quintavalle y Fray Pedro Cattani. Para convencerse de que también ellos, y con ellos toda la sociedad que fuera formándose, debían abrazar la profesión de vida evangélica, mandó Francisco que por tres veces seguidas abrieran al acaso el libro de los Evangelios, y las tres veces se encontraron con el Evangelio de la misión de los Apóstoles. Vio en ello una disposición de Dios, y vuelto a sus discípulos les dijo: «Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado». Esto sucedió el 16 de abril de 1209, fecha de la fundación de la Orden franciscana. «Abandonadas todas las cosas -añaden los Tres Compañeros-, se vistieron los dos el mismo hábito que hacía poco había vestido el Santo después de dejar el hábito de ermitaño; y desde entonces vivieron unidos según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado. Por eso, el bienaventurado Francisco escribió en su Testamento: "El mismo Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio"» (TC 29; cf. 1 Cel 24; 2 Cel 15).

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