Sucedió,
pues, que, teniendo su padre que ausentarse de casa por algún tiempo a causa de
urgentes asuntos familiares y permaneciendo el varón de Dios encerrado en la
cárcel de la casa, su madre, que había quedado sola con él, desaprobando el
modo de proceder de su marido, habló con dulces palabras a su hijo. Intuyendo
ella la imposibilidad de que éste desistiera de su propósito, conmovidas las
entrañas maternales, rompió las ataduras y lo dejó libre par a marchar. El,
dando gracias a Dios todopoderoso, volvió al instante al lugar donde había
permanecido anteriormente. Muévese ahora con mayor libertad probado en la
escuela de la tentación; con los muchos combates ha adquirido un aspecto más
alegre; las injurias han fortalecido su ánimo; y, caminando libre por todas
partes, procede con más magnanimidad. En el ínterin retorna
el padre, y, no encontrándolo, se desahoga en insultos contra su mujer, sumando
pecados sobre pecados. Bramando con gran alboroto, corre
inmediatamente al lugar con el propósito, si no le es posible reducirlo, de
ahuyentarlo, al menos, de la provincia. Mas como el temor del Señor es la
confianza del fuerte, apenas el hijo de la gracia se apercibió
de que su padre según la carne venía en su busca, decidido y alegre se
presentó ante él y con voz de hombre libre le manifestó que ni cadenas ni
azotes le asustaban lo más mínimo. Y que, si esto le parecía poco, le aseguraba
estar dispuesto a sufrir gozoso, por el nombre de Cristo, toda clase de males.
Ante tal resolución, convencido el padre de que no podía
disuadir al hijo del camino comenzado, pone toda
su alma en arrancarle el dinero. El varón de Dios deseaba emplearlo todo en
ayuda de los pobres y en restaurar la capilla; pero, como no amaba el dinero,
no sufrió engaño alguno bajo apariencia de bien, y quien no se sentía atado por
él, no se turbó lo más mínimo al perderlo. Por
esto, habiéndose ya encontrado el dinero que el gran despreciador de las cosas
terrenas y ávido buscador de las riquezas celestiales había arrojado entre el
polvo de la ventana, se apaciguó un tanto el furor del
padre y se mitigó algo la sed de su avaricia
con el vaho del hallazgo. Después de
todo esto, el padre lo emplazó a comparecer ante el
obispo de la ciudad, para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le
entregara cuanto poseía. A nada de esto se opuso; al contrario, gozoso en
extremo, se dio prisa con toda su alma para hacer cuanto se le reclamaba. Una
vez en la presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien,
sin esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y
tirando todos sus vestidos, se los restituye al padre. Ni
siquiera retiene los calzones, quedando ante todos del todo desnudo.
Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se
levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio
manto. Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los
hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un
misterio. Estas son las razones por que en adelante será su protector. Y,
animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de caridad. He lo allí ya
desnudo luchando con el desnudo; desechado cuanto es del mundo, sólo de la
divina justicia se acuerda. Se esfuerza así por menospreciar su vida,
abandonando todo cuidado de sí mismo, para que en este caminar peligroso se una
a su pobreza la paz y sólo la envoltura de la carne lo tenga separado, entre
tanto, de la visión divina.
1. ¿Por
qué San Francisco renuncia a todo?
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2. ¿Qué
opinas de la decisión de San Francisco?
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3.
Actualmente ¿Quiénes hacen algo similar a San Francisco?
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4.
Según esta frase: “no se turbó lo más mínimo al perder todo” ¿Cuánto
nos turbamos cuando perdemos algo material? ¿Por qué?
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